IngridIngrid BetancourtLa rabia en el corazón
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Prólogo

Por una Colombia Nueva

Siempre he creído que haber nacido en Colombia es algo muy especial, que implica un reto superior y obliga a una mayor intensidad de vida. Crecí con el convencimiento que Colombia estaba llamada a cumplir un destino de excepción, que tendría que hacer frente a grandes dificultades, pero que también cosecharía inmensas glorias. Con el paso del tiempo he comprendido que ser colombiana es la mejor definición de mí misma. Lo digo con orgullo, y al hacerlo, siento que lo he dicho todo, porque no puedo imaginarme la vida de otra forma sino ligada a lo que le suceda. Tengo con Colombia una relación afectiva. La imagino como una mujer vital y victoriosa, en constante movimiento, abanderada de las grandes causas. La veo levantarse con la misma fuerza con la que nació, para cumplir con las promesas de libertad que acuñaron su identidad. La admiro y me conmueve. Y si la siento estancada, me parece que solo puede ser una situación de momento, porque su porvenir es otro y fuera de lo común. Por eso no concibo que tenga alternativa diferente a la de la grandeza.

Estoy convencida que para cumplir con su destino Colombia debe dejar que el viento de la historia llene sus velas, y la impulse, rompiendo con el pasado. Tiene que superar la tentación de darse por vencida, y emprender el viaje hacia la conquista de un nuevo mundo, de una nueva era. Hacia una Colombia nueva.

Yo creo en esa Colombia nueva. La he sentido con fuerza. Sé que está despertando y nos sacude a todos. A pesar de la ciega incredulidad y del escepticismo de quienes quisieran frenarla. La he visto en miles de jóvenes inconformes, en mujeres decididas, en personas defendiendo sus empresas y sus fábricas contra viento y marea. He visto esa Colombia nueva allí, en el corazón del país. En esa maestra de Cali que aceptó irse a enseñar a los esteros del Pacífico. En esa campesina de Pailitas que le salvo la vida a su sobrino aceptando el destierro de toda la vereda. Me la encontré en Soacha, en la rabia de un paletero honesto. Allí estaba otra vez, en los Altos de la Estancia, en la terquedad de las madres y de los viejos, dispuestos a todo para sacar a sus niños del infierno.

Sé que Colombia tiene en su pueblo la mejor ecuación de la felicidad. Y siento que si todos los que he conocido tienen la voluntad de creer, si a pesar de la adversidad encuentran la manera de seguir soñando, entonces no queda otro camino sino estar a su altura, y alistarse para actuar.

Esa es la Colombia nueva que me convoca, la que se nutre del esfuerzo de todos y no se rinde. He aprendido a reconocerla. La Colombia nueva de la cual estoy hablando es ante todo una actitud.

Ella hace sentido en la medida en que nos cambia a usted y a mí, fundamentalmente la vida. Pienso en algo realmente revolucionario. En construir la cultura del futuro, con un ciudadano conectado y en expansión, con reglas de juego visionarias, a la vanguardia del milenio, con un estado que funcione en una nueva dimensión, es decir con redes lúdicas, con instituciones prestigiosas y con un nuevo talante para lo excepcional. Hablo en particular de una justicia sabia y elevada, de un congreso creativo y con intuición del porvenir, de un gobierno potentemente transformador.

No basta con hacer lo posible. Hay que hacer posible lo que usted y yo sabemos que es necesario. Solo eso puede congregarnos y acabar con las tentaciones de división que nos han mantenido dispersos hasta hoy.

Esto implica un cambio de mentalidades. Nadie puede transformar esto solo. Cada cual debe asumir su compromiso y usted sabe que con su cambio de actitud puede contribuir a forjar la Colombia nueva que anhela el país. Estoy hablando de una movilización de todos, de una revolución personal e íntima, de una unión para cambiar la sociedad.

La clave está en el ejemplo. El que usted puede dar desde donde le corresponde. El ejemplo en su familia, ante los amigos, en el trabajo, llegándole al alma a los demás, para hacer las cosas de otra forma, a lo bien. Se trata entonces de reunirnos entre todos para abrirle espacio a quienes estén dispuestos a los mayores sacrificios para sacar una Colombia nueva adelante.

El primer paso para fortalecerla es tomar consciencia. Dejar atrás los prejuicios y los miedos que la bloquean. He visto hombres y mujeres atemorizados por la barbarie y la violencia, que sienten que el país no es viable como está, pero prefieren hundirse con él antes que intentar algo nuevo. Estoy convencida que la forma para salir de la trampa es atreverse a mirar afuera, afrontando la realidad, buscando la verdad por más dura que ésta sea. Sólo si usted, yo y todos entendemos qué pasó, podemos elegir, y repetir la historia o tomar otro camino, y darnos la oportunidad de alcanzar eso que tanto queremos.

Por eso la búsqueda de la verdad no es un ejercicio caprichoso. Tenemos con ella una relación de vida, espiritual y mística, si se quiere. Ella es la que libera. Ella es la que nos conecta con nuestra esencia. Solo con ella es posible construir una sociedad de confianza, que nos permita vivir en paz.

Siento que la mayor motivación en la vida está precisamente en contribuir a su construcción. Usted y yo estamos llamados hoy a aportar. Todos debemos hacer una elección. Yo ya he fijado mi conducta. He creído necesario encarnar una nueva manera de proceder en el ámbito político. Me he rebelado, no he callado y he decidido actuar. Este libro es mi contribución para develar las conjuras que se tejen a la sombra del poder. Mi mayor anhelo es que ello permita avanzar hacia la recuperación para Colombia de su consciencia. Y por lo tanto de su rango, su equilibrio y su dignidad.